Los últimos días de Miguel Hidalgo y Costilla, precursor de la Independencia de México, los pasó en una celda de un hospital militar en Chihuahua, donde lo despojaron de su investidura sacerdotal y lo fusilaron lejos de sus compañeros de lucha, tras un proceso prolongado debido a su condición religiosa.
La madrugada del 30 de julio de 1811, Miguel Hidalgo y Costilla, no imaginó que sería reconocido como padre de la Patria y que habría una estatua y una calle con su nombre en cada ciudad del país; mucho menos, que esto ocurriría después de que sus fuerzas fueron traicionadas por el coronel Ignacio Elizondo, emboscado, arrestado, despojado de su ordenamiento sacerdotal y traicionado hasta por su fe, luego de que rezara por una muerte rápida y resultara en lo contrario.
El 11 de enero de 1811, Hidalgo fue derrotado en Guadalajara y huyó para el norte, planeaba llegar a Estados Unidos. Sin embargo, su travesía terminó en Acatita de Baján, actualmente el municipio de Castaños, Coahuila, donde fue detenido por el ejército Realista, después de una emboscada ordenada por Ignacio Elizondo.
El 20 de marzo, Fray Gregorio de la Concepción Melero y Piña fue advertido por un emisario de Elizondo de que no era conveniente que viajaran todas las fuerzas insurgentes unidas por las tierras desérticas de Coahuila, debido a que había escasez de agua.
El religioso no dudó de la veracidad de este mensaje y lo transmitió a las tropas de los insurgentes. Un día después, Elizondo puso en marcha su astuto plan. Primero arrestó a fray Gregorio y a sus acompañantes; después, colocó a sus hombres, que eran superados en número por los insurgentes, detrás de un camino en el que, uno a uno los contingentes liderados por Hidalgo y Allende fueron arrestados. El 21 de marzo, el cura de Dolores fue trasladado a Monclova y de ahí a Chihuahua, su último destino.
DEGRADACIÓN
El Consejo de Guerra condenó al cura a ser pasado por las armas, pero a diferencia de sus compañeros de lucha, que fueron fusilados por la espalda en un paraje público, a Hidalgo se le ejecutó de frente con la orden de tirarle al pecho. Antes de su fusilamiento, el caudillo tuvo que esperar más de lo establecido debido a que por su condición de cura, tenía que enfrentar primero un proceso de degradación, mediante el cual le retirarían sus votos clericales, ya que de otra manera, no podía ser ejecutado.
Justino S. Martínez González recuperó un testimonio que narra palabra por palabra el procedimiento con el que Hidalgo fue despojado de su investidura religiosa. En el texto «Degradación y fusilamiento de Don Miguel Hidalgo y Costilla», que fue publicado en 2019, el historiador describe un hecho poco conocido: las últimas horas de Hidalgo y cómo se preparó mentalmente para su muerte.
De acuerdo con el documento, Francisco Fernández Valentín presidió la ceremonia de degradación. A las 6 de la mañana del 29 de julio de 1811, se improvisó la ceremonia religiosa en un corredor del Hospital Real, donde tenían detenido al cura Hidalgo. Se dispuso un altar y el patio del lugar se llenó de curiosos. Dos cirios alumbraban un crucifijo, cuando el caudillo fue sacado de su celda, sin los grilletes puestos. Le habían ataviado con una sotana como si fuera a dar misa.
Francisco Fernández le raspó las manos y las yemas de los dedos, como símbolo de que le eran retirados su derechos sacerdotales para realizar el sacramento de la comunión. Frente a un juez, Fernández expresó: “Te arrancamos la potestad de sacrificar, consagrar y bendecir que recibiste con la unción de las manos y los dedos”.
Después le quitaron su sotana y Fernández dijo: «[…] te devolvemos con ignominia al estado y hábito seglar”. Luego, le cortaron el cabello, continuando con el diálogo: «[…] borramos de tu cabeza la corona, signo real del sacerdocio, a causa de la maldad de tu conducta”. Al final de la ceremonia, lo hicieron ponerse de rodillas y le notificaron que al día siguiente sería fusilado.
MALA PUNTERÍA
Según documentos y testimonios de la época, Hidalgo deseaba que su proceso de fusilamiento fuera rápido, pero tardó más de lo previsto. En su último día, el cura pidió que en vez de agua le sirviesen leche y en cuanto la terminó, le informaron que debía salir para ser fusilado. Tras recorrer un pasillo, un oficial le preguntó por su última voluntad. El cura pidió que le llevasen unos dulces que había dejado en su cama, los cuales, repartió entre los soldados que iban a fusilarlo.
Hidalgo temía que a causa de que no había salido aún el sol, la visibilidad fuera poca y los soldados no apuntaran bien en el blanco, y dijo a los soldados: “La mano derecha que pondré sobre mi pecho, será, hijos míos, el blanco seguro a que habéis de dirigiros”.
Llegó al banquillo del suplicio y puso su mano en el corazón y recordó a los soldados que era ahí donde tenían que apuntar. En la primera descarga, las balas atravesaron su mano derecha, pero no el corazón. El temor del cura se hizo realidad. Sería una ejecución larga. Los soldados volvieron a disparar e Hidalgo cayó en un charco de sangre, pero aún no había muerto. Tuvieron que disparar otras tres veces para lograr acabar con su vida.