La incomodidad social ante la defensa femenina: las Karen desafian la «indefensión impuesta»

La incomodidad social ante la defensa femenina: las Karen desafian la «indefensión impuesta»

En un mundo donde la violencia y el acoso persisten, el acto de una mujer que se defiende en público provoca una reacción visceral en la sociedad. Lejos de ser vistas como heroínas que reclaman su espacio y derechos, muchas mujeres enfrentan críticas y juicios que las estigmatizan. Este fenómeno revela no solo un problema de género, sino un profundo malestar social ante la ruptura de un rol impuesto que las mantiene en la indefensión. La incomodidad que genera esta defensa pone de manifiesto las estructuras de poder que han normalizado la sumisión femenina y la expectativa de que sean otros quienes intervengan en su favor.

En 2020, comenzaron a venderse las máscaras de Karen. En la jerga de Internet, Karen es un término peyorativo que ha albergado diferentes significados. Comenzó por ser una etiqueta para mujeres que exigen de más, y en los Estados Unidos también ha sido utilizada para referirse a mujeres blancas racistas, e incluso durante la cuarentena por el COVID 19, se empleó el término para catalogar a las mujeres que se oponían a las vacunas, pero con el paso de los años, Karen es utilizado para referirse a cualquier mujer de mediana edad que haga escándalos en público por motivos que las personas o usuarios consideran absurdos. Y ese es el problema, que no todas las mujeres son irracionales cuando reaccionan de manera hostil en el espacio público.

La figura de la mujer defensora en espacios públicos ha generado reacciones encontradas en la sociedad contemporánea. Cuando una mujer se defiende, ya sea verbal o físicamente, no solo enfrenta al agresor o a la situación adversa; también se convierte en el blanco de la mirada crítica de un entorno que se ha acostumbrado a ver a las mujeres como seres pasivos, incapacitados para ejercer el control sobre su propia vida.

La indefensión adquirida es un concepto que ilustra esta dinámica. Muchas mujeres, tras años de violencia sistemática, aprenden a creer que no tienen control sobre sus circunstancias. Este estado de sumisión no solo las lleva a evitar el conflicto, sino que también se convierte en un mecanismo de supervivencia, a menudo promovido y perpetuado por la sociedad misma. La comodidad de la sociedad con las mujeres que no se sienten capaces de reaccionar crea un ambiente en el que se impone un rol de indefensión, donde cualquier mujer que intente romper esta norma es vista como una anomalía.

Este fenómeno se ha manifestado de manera prominente en las redes sociales, donde han surgido las “Karens”, mujeres que son objeto de burla y exhibición cuando se defienden y expresan frustración. Estas representaciones suelen carecer de contexto y refuerzan estereotipos que asocian a las mujeres enojadas con la irracionalidad. Sin embargo, lo que a menudo se omite es que estas explosiones de enojo pueden estar profundamente arraigadas en experiencias de vida llenas de humillaciones y maltratos, o  en un historial en que algunas vez fueron la chicas calladas que esperaron a ser defendidas y nadie lo hizo; o poque crecieron solas y entendieron que tenían que defenderse por sí mismas y para ello necesitaban ser más enérgicas.

La indefensión impuesta actúa como una camisa de fuerza que constriñe la valentía y la voluntad de las mujeres. Se espera que las mujeres callen y toleren, en vez de defenderse. Esta expectativa es comparable a pedir a un militar que, tras años de entrenamiento, se tire al suelo y espere pasivamente a ser rescatado en una situación de riesgo. A un hombre en la vida civil no se le haría este pedido, y sin embargo, las mujeres son sometidas a este doble estándar.

Cuando las mujeres levantan la voz, su defensa no solo es contra el oponente, sino también contra una sociedad que las condena. El desbordamiento emocional que muchas veces acompaña su defensa es interpretado como un signo de locura o desequilibrio, sin que se tome en cuenta que puede ser la culminación de años de silencios y humillaciones. Este comportamiento no es un acto de locura, sino una respuesta a la frustración acumulada ante un sistema que las ha ignorado y menospreciado.

Es importante subrayar que no todas las mujeres enfrentan esta problemática de la misma manera. Las circunstancias individuales y contextuales son determinantes en cómo cada mujer acumula frustración y, eventualmente, reacciona. Sin embargo, la raíz de esta dinámica es indiscutiblemente un problema de género que refleja la desigualdad profundamente arraigada en la sociedad.

En conclusión, la incomodidad que siente la sociedad ante las mujeres que se defienden en público revela mucho sobre sus propias expectativas y normas. Romper el silencio y alzar la voz, para algunas, puede ser el único camino hacia la recuperación del control sobre sus vidas. En lugar de juzgar a aquellas que lo hacen, la sociedad debería cuestionar las estructuras que han permitido que la indefensión sea la norma y comenzar a ver a las mujeres no solo como víctimas, sino como agentes de su propia defensa.

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