El rechazo a la etiqueta de «Señora»: Una resistencia a los roles de género en América Latina

El rechazo a la etiqueta de «Señora»: Una resistencia a los roles de género en América Latina

En América Latina, el término «señora» no solo simboliza respeto, sino que también refleja las expectativas sociales sobre el rol de las mujeres como madres y esposas. Sin embargo, el rechazo a esta etiqueta va más allá de una preferencia personal, representando una resistencia a los roles de género impuestos.

El concepto de “señora” es una costosísimo que, en la mayoría de las sociedades conservadoras, se ha consolidado como un símbolo de respeto y distinción hacia la mujer. Pero en América Latina, ser llamada “señora” se asocia casi siempre a la madre y la esposa como los roles primarios que una mujer debe desempeñar en la sociedad. Sin embargo, el rechazo de muchas mujeres hacia esta etiqueta, especialmente en el contexto latinoamericano, va más allá de una mera cuestión de preferencia personal, y se inscribe en una compleja dinámica de poder, roles de género y expectativas sociales que, como plantea el sociólogo Pierre Bourdieu, se estructuran a través de mecanismos de capital simbólico y habitus. Este artículo examina cómo el término “señora” refleja y reproduce relaciones de poder en las que emergen resistencias ante estas imposiciones.

El término “señora” como construcción simbólica

El uso de “señora” en América Latina está profundamente relacionado con una construcción social que vincula a la mujer con la maternidad, el matrimonio y, en general, con la función reproductiva y doméstica porque para ser oficialmente señora en las sociedades latinoamericanas se requiere del matrimonio. De acuerdo con las normas sociales prevalentes en la región, la categoría de “señora” no solo se asocia con la edad —como una mujer que aparenta más de 25 años, edad en la que concluye la adolescencia tardía— sino que también lleva consigo una serie de atributos que reflejan un ideal de sacrificio y dedicación exclusiva a la familia. Este constructo social ha sido históricamente influenciado por una visión patriarcal que reduce a la mujer a su rol reproductivo, negando su capacidad para desarrollarse plenamente en otros ámbitos como el profesional o el académico.

Bourdieu, en su teoría del capital simbólico, argumenta que la sociedad no solo clasifica a los individuos en categorías, sino que también les otorga un valor en función de su cumplimiento de las expectativas sociales como la posición, comportamientos y logros dentro de un campo social determinado. 

Este valor no se mide solo en términos materiales (como el capital económico), sino que está relacionado con el reconocimiento, el prestigio y el respeto que los individuos reciben de los demás, lo cual refuerza su poder social.

Bourdieu explica que las personas son evaluadas según su capacidad para cumplir con las expectativas sociales dentro de un campo determinado (como el campo académico, el campo artístico, el campo político, etc.). La sociedad otorga un valor simbólico a aquellos que cumplen con estas expectativas, lo que se traduce en una legitimación de su posición y su poder dentro de ese campo. Este capital simbólico, entonces, no es tangible ni material, pero tiene un impacto real en la forma en que se interactúa con los demás y cómo se posiciona un individuo en una jerarquía social.

El término “señora” funciona como un capital simbólico que posiciona a la mujer en una jerarquía de género, en la que las mujeres que no se ajustan a este modelo tradicional de maternidad y matrimonio se ven desvalorizadas. Así, el término no solo tiene una connotación de respeto, sino que también refleja un poder simbólico que establece un orden social basado en la reproducción de roles de género rígidos y excluyentes.

El habitus de género y las expectativas sociales

El concepto de habitus propuesto por Bourdieu es clave para entender cómo las mujeres internalizan y reproducen estas categorías sociales. El habitus se refiere al sistema de disposiciones y normas que los individuos adquieren a través de la socialización, y que se convierten en una forma naturalizada de percibir y actuar en el mundo. En este caso, el habitus de género impone a las mujeres una serie de expectativas sobre cómo deben comportarse, cómo deben vestirse y cuáles deben ser sus prioridades en la vida. La etiqueta “señora” se convierte en una manifestación de estas expectativas, que asume que la mujer debe cumplir con el rol tradicional de madre y esposa, priorizando el hogar sobre cualquier otra dimensión de su vida.

Al hablar del habitus de género en relación con la etiqueta de “señora”, podríamos precisar que no es solo un conjunto de expectativas externas, sino que esas expectativas se interiorizan y modelan la forma en que las mujeres se perciben a sí mismas y a los demás, condicionando sus elecciones sociales y profesionales. Es decir, las mujeres internalizan estas normas de tal manera que su identidad y su comportamiento reflejan esas disposiciones, las cuales son el resultado de una historia de dominación y diferenciación social.

Por ejemplo, cuando una mujer se siente incómoda al ser llamada “señora”, puede estar reaccionando a la internalización de los roles tradicionales de género que ella misma ha absorbido a lo largo de su vida, y que están vinculados a una historia social en la que se valora a las mujeres principalmente por su rol como madres o esposas. Así, el habitus juega un papel central en la manera en que las mujeres negocian su identidad frente a las presiones sociales que las etiquetan de esta manera.

Por lo tanto, la resistencia a la etiqueta de “señora” no solo es una forma de rechazar un término, sino un desafío a un conjunto de disposiciones que condicionan el comportamiento, la autoestima y la percepción de la mujer en la sociedad.

Este habitus de género, en su versión más conservadora, establece que las mujeres que no cumplen con estos roles tradicionales —por ejemplo, aquellas que no están casadas o que no tienen hijos— pueden ser percibidas como anormales o incluso como amenazas a la estructura social establecida. Las mujeres que no encajan en esta categoría, particularmente aquellas que son profesionales, solteras o sin hijos, a menudo se enfrentan a un rechazo social implícito que las descalifica o marginaliza.

La transformación del concepto de “señora” en el contexto contemporáneo

El término “señora” ha evolucionado en el contexto contemporáneo debido a los cambios sociales y culturales, especialmente con el aumento de los divorcios y el creciente número de madres autónomas que crían a sus hijos sin la figura del padre. Sin embargo, lejos de liberarse de su carga simbólica, la categoría de “señora” ha ido adquiriendo nuevas connotaciones, reduciéndose a un término que define a una mujer que ha tenido hijos, los cría con su pareja o de manera autónoma pero el término aún resulta muy lejano y poco utilizado para referirse a las trayectorias profesionales o académicas, e incluso cuando llega a utilizarse para referirse a una mujer que concluyó sus estudios universitarios, suelo utilizarse con la misma connotación que en el resto de mujeres, se le nombra señora no por considerarla profesional, sino por el hecho de tener una edad madura y por el rol que se asume que debe tener como madre o esposa, aunque no esté implícito en la conversación. 

La resistencia y la subversión de los roles impuestos

La resistencia a ser etiquetadas como “señoras” es una respuesta a la imposición de los roles tradicionales y a las normas de género que restringen las posibilidades de las mujeres. Como señala Bourdieu, el poder simbólico solo se perpetúa si los individuos aceptan las categorías en las que son ubicados. En este sentido, las mujeres en América Latina que rechazan la etiqueta de “señora” están desafiando las expectativas impuestas por la sociedad y buscan redefinir sus identidades fuera de los roles tradicionales de madre y esposa. 

El análisis del término “señora” a través de la teoría sociológica de Pierre Bourdieu permite comprender cómo esta etiqueta, aparentemente distintiva, encierra una serie de relaciones de poder que limitan a las mujeres a roles tradicionales y excluyentes. Las mujeres que no se ajustan a estos estereotipos son percibidas de manera despectiva y desvalorizada, lo que refleja un sistema de capital simbólico que reproduce la desigualdad de género. A medida que las mujeres desafían estos roles, cuestionando las expectativas sociales, emergen nuevas formas de resistencia que contribuyen a la transformación de las estructuras de poder y a la redefinición de lo que significa ser mujer en la sociedad contemporánea. 

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