«Es usted una berrinchuda», solía decirme mi jefe cuando le daba una explicación ecuánime sobre una situación. «Me estás atacando», «Y por eso estás enojada», «Tu fuiste la que me atacó a mi», fueron respuestas recurrentes en mi entorno familiar y profesional cuando expresaba descontento por algo. En el entorno laboral, donde la lógica y la racionalidad deberían prevalecer, muchas mujeres enfrentan un fenómeno desconcertante: cuando exponen razones claras y congruentes, sus palabras no solo son ignoradas o desvalorizadas, sino interpretadas como ataques personales o muestras de emocionalidad desbordada. Esta problemática, menos discutida pero profundamente extendida, refleja cómo los prejuicios de género distorsionan la percepción de las mujeres en espacios profesionales.
De la razón al «berrinche»: el filtro del prejuicio
El prejuicio implícito hacia las mujeres suele asociarlas con la emocionalidad, una narrativa que contradice su capacidad para ser vistas como interlocutoras objetivas. En este contexto, cuando una mujer explica las causas de una situación adversa o presenta un argumento crítico, estas explicaciones se perciben como una amenaza, un ataque o incluso una queja inmadura.
Por ejemplo, si una mujer señala los fallos de un proyecto, los sesgos inconscientes pueden transformar su razonamiento en una «actitud confrontativa». En cambio, un hombre que haga observaciones similares podría ser percibido como asertivo o analítico. Este doble estándar no solo invalida las voces femeninas, sino que también las coloca en una posición vulnerable, donde deben equilibrar la expresión de su criterio con la preocupación de no ser vistas como «problemáticas».
El peso del machismo en la percepción de las mujeres
Esta dinámica es particularmente dañina en entornos donde persiste una cultura machista. En tales espacios, las mujeres son juzgadas no solo por sus palabras, sino por su simple existencia en roles que históricamente han sido reservados para los hombres.
El problema radica en que, incluso cuando sus argumentos son lógicos e irrefutables, se les atribuyen emociones que no existen. Frases como «estás exagerando» o «no te lo tomes tan personal» se convierten en herramientas para deslegitimar su posición. Este fenómeno no solo es frustrante, sino que refuerza una narrativa que busca relegar a las mujeres al silencio.
Por qué sucede: la amenaza a la autoridad masculina
En muchos casos, esta interpretación distorsionada de las palabras de las mujeres surge porque su razonamiento pone en jaque la autoridad masculina tradicional. Una mujer que presenta críticas fundamentadas o señala errores se enfrenta a un sistema que no siempre está preparado para aceptar cuestionamientos desde una posición que no considera legítima.
Los estudios sobre masculinidad frágil sugieren que algunos hombres perciben las críticas de una mujer como una amenaza personal, lo que desencadena respuestas defensivas y proyecta en ellas emociones que no están presentes. Esto explica por qué muchas mujeres prefieren suavizar su discurso o mantenerse en silencio para evitar conflictos innecesarios, lo cual perpetúa la desigualdad.
El impacto en la trayectoria profesional
Este fenómeno tiene consecuencias graves para las mujeres en el trabajo. Cuando sus argumentos son percibidos como ataques o berrinches:
- Se les excluye de decisiones clave:
Las mujeres que son etiquetadas como «difíciles» suelen ser dejadas fuera de discusiones importantes, limitando su capacidad de influir en la dirección de proyectos o estrategias. - Se reduce su credibilidad:
La interpretación emocional de sus palabras puede minar su reputación profesional, afectando sus oportunidades de ascenso. - Se perpetúa el ciclo de la autocensura:
Ante estas dinámicas, muchas mujeres optan por limitar su participación para evitar ser percibidas negativamente, lo que refuerza la falta de diversidad de perspectivas en los espacios laborales.
Cómo romper el ciclo
- Educar sobre sesgos inconscientes:
Las organizaciones deben implementar talleres y capacitaciones para que todos los empleados, especialmente los líderes, aprendan a identificar y combatir sus prejuicios. - Fomentar la comunicación inclusiva:
Crear entornos donde las críticas y los debates sean bienvenidos, independientemente de quién los plantee, ayuda a reducir las interpretaciones sesgadas. - Apoyar a las mujeres:
Reconocer y respaldar las ideas de las mujeres en tiempo real, señalando su validez frente al equipo, es una forma de desmontar las dinámicas de descalificación. - Cambiar la narrativa cultural:
Desafiar las ideas preconcebidas sobre las mujeres y sus capacidades intelectuales es un cambio que debe empezar desde la educación y extenderse a todos los ámbitos de la sociedad.
Un cambio urgente
La percepción distorsionada de la razón de las mujeres no es un problema menor; es un obstáculo estructural que limita tanto su desarrollo profesional como el potencial de las organizaciones que las desvalorizan. Más allá de reconocer esta problemática, es necesario tomar acciones concretas para que la lógica y la objetividad no sean vistas como exclusivas de un género.
Porque cuando una mujer habla con razón, lo que realmente se pone a prueba no es su capacidad, sino la disposición del sistema para escucharla.