El fenómeno se genera gracias a la impresionante precisión de la arquitectura maya. Durante el equinoccio, el sol proyecta una sombra en la pirámide, que, combinada con la luz del atardecer, crea la ilusión de una serpiente de 120 pies de longitud que parece deslizarse por la alfarda de la escalera de El Castillo. Al final de la escalera, la sombra se une a la gran cabeza de serpiente esculpida, completando la imagen de Kukulcán descendiendo del cielo, un acto simbólico que representa el regreso de la lluvia y la fertilidad.
Este espectáculo es mucho más que una atracción turística; es una manifestación de la astronomía avanzada de los mayas y su profundo conocimiento de las estaciones y los ciclos cósmicos. Para los mayas de la Península de Yucatán, la pirámide de El Castillo no solo era un lugar de culto, sino también una herramienta astronómica diseñada para medir las estaciones del año y los movimientos solares. De hecho, la construcción de la pirámide y el fenómeno que ocurre durante el equinoccio evidencian el nivel de precisión con el que los mayas podían anticipar los cambios en la naturaleza, los cuales estaban intrínsecamente ligados a sus prácticas agrícolas y espirituales.
La figura de Kukulcán, conocida como la serpiente emplumada, tiene profundas raíces en la mitología de Mesoamérica. Esta deidad es considerada como un dios del viento, el agua y el cielo. Aunque su culto se encuentra presente en diversas culturas de la región, como los aztecas con Quetzalcóatl y los mayas con Gucumatz, Kukulcán tiene particular relevancia en la Península de Yucatán. La serpiente emplumada representaba la dualidad del cielo y la tierra, el sol y la lluvia, lo que lo convertía en un símbolo poderoso para las sociedades agrícolas.
El equinoccio de primavera, por lo tanto, no solo marca el inicio de la temporada de siembra, sino también un momento de conexión con lo divino. Los mayas creían que Kukulcán descendía del cielo en este momento para bendecir la tierra con su presencia, trayendo consigo la fertilidad necesaria para las cosechas. Este acto simbólico también reflejaba el ciclo de renovación y transformación, un tema central en la cosmovisión maya.
La pirámide de El Castillo, con sus 365 escalones, uno para cada día del año, también se convierte en una especie de calendario viviente, donde la interacción entre la luz y la sombra no es solo un juego visual, sino una representación tangible del tiempo y el espacio. La precisión de este fenómeno ha asombrado a científicos y arqueólogos durante siglos, y cada equinoccio, cuando las sombras danzan en la pirámide, recuerda la grandeza del conocimiento maya.
Este evento no solo atrae a turistas de todo el mundo, sino que también es una ocasión para reflexionar sobre la importancia de la astronomía y la conexión con la naturaleza que los antiguos mayas mantenían. La serpiente emplumada de Kukulcán, descendiendo de las alturas de El Castillo, sigue siendo un recordatorio poderoso de las sabias enseñanzas del pasado y su resonancia en el presente.
En este tiempo de equinoccio, el fenómeno de la serpiente que desciende por la pirámide de Chichén Itzá es una celebración de la luz, la sombra, y los ciclos naturales que han sido observados y venerados por siglos. Es una invitación a mirar al cielo, a las estrellas, y a la tierra con la misma admiración y respeto con los que lo hicieron los mayas, quienes comprendieron que el universo no solo está en el cielo, sino también en cada rincón de la tierra.