En su último mensaje pascual, pronunciado días antes de su fallecimiento, el Papa Francisco dejó un testamento espiritual de esperanza, consuelo y resistencia frente al sufrimiento. Desde el Vaticano, pidió al mundo no rendirse ante la violencia ni la desesperanza, y clamó por el fin de los conflictos armados y la defensa de los más vulnerables.
“El amor venció al odio. La luz venció a las tinieblas. La verdad venció a la mentira. El perdón venció a la venganza. El mal no ha desaparecido de nuestra historia, permanecerá hasta el final, pero ya no tiene dominio, ya no tiene poder sobre quien acoge la gracia de este día”.
Así comenzó el Papa Francisco su mensaje de Pascua de Resurrección, el último que pronunció públicamente antes de fallecer este domingo en el Vaticano a los 88 años de edad.
En un discurso extenso y profundamente espiritual, el pontífice argentino no solo celebró la resurrección de Cristo como núcleo de la fe cristiana, sino que también usó la ocasión para hacer un llamado contundente a la paz, la solidaridad y la dignidad humana. Fue un mensaje de consuelo para quienes sufren, de cercanía con los pueblos golpeados por la guerra y de exigencia a los líderes políticos a no ceder ante “la lógica del miedo que aísla”.
Francisco destacó la Pascua como la “fiesta de la vida” y se pronunció contra la cultura del descarte que afecta especialmente a los ancianos, enfermos, migrantes y niños por nacer. Recordó a los cristianos en Palestina, Israel, Gaza, Siria, Líbano, Ucrania, el Cáucaso, Myanmar y África, denunciando los conflictos olvidados y las crisis humanitarias prolongadas.
También expresó su preocupación por el antisemitismo, la falta de libertad religiosa y la escalada armamentista global. Frente a ello, propuso el “verdadero desarme”, no solo militar, sino también espiritual y social: derribar barreras, combatir el hambre, liberar prisioneros y hacer del principio de humanidad el eje de la política internacional.
Con voz pausada pero firme, Francisco afirmó que la resurrección de Jesús es “el fundamento de la esperanza” y animó a los fieles a convertirse en “peregrinos de esperanza”, capaces de sostener a los demás con compasión y fe activa.
Sus palabras adquieren ahora un tono profético: un llamado final a no rendirse frente al mal y a creer que un mundo reconciliado aún es posible. “En la Pascua del Señor, la muerte y la vida se han enfrentado en un prodigioso duelo, pero el Señor vive para siempre”, concluyó.