Con el aumento de las olas de calor provocadas por el cambio climático, el cuerpo humano enfrenta nuevos desafíos para regular su temperatura. Esta amenaza se vuelve especialmente crítica para los adultos mayores, quienes, debido a factores fisiológicos y de salud, tienen menor capacidad para adaptarse al calor extremo. El estrés térmico ya representa un riesgo creciente de enfermedades graves y muertes en este grupo poblacional.
La ola de calor es uno de los fenómenos más peligrosos que trae consigo el cambio climático, y sus efectos sobre la salud son cada vez más evidentes, especialmente en las personas mayores. A medida que el clima se calienta, el riesgo de enfermedades y muertes relacionadas con el calor aumenta, sobre todo en individuos con comorbilidades como obesidad, enfermedades cardiovasculares, enfermedades respiratorias y diabetes mellitus. Estos factores no solo disminuyen la capacidad del cuerpo para adaptarse al calor, sino que también aumentan el riesgo de sufrir trastornos relacionados con el calor, como el agotamiento por calor y el golpe de calor, que pueden ser fatales.
El golpe de calor es la forma más grave de enfermedad por calor. Cuando el cuerpo pierde la capacidad de regular su temperatura, esta puede superar los 41°C en cuestión de minutos, lo que puede causar daños permanentes o la muerte si no se trata rápidamente. Además, el agotamiento por calor, una condición más leve pero igualmente peligrosa, se produce tras días de exposición a temperaturas elevadas, cuando el cuerpo no puede mantener el equilibrio térmico.
En condiciones normales, el cuerpo humano mantiene una temperatura constante de alrededor de 37°C, independientemente de la temperatura ambiente, gracias al sistema termorregulador. Sin embargo, en ambientes cálidos, especialmente durante la actividad física, el cuerpo tiene que aumentar su tasa de sudoración y flujo sanguíneo para liberar el calor extra. Esto puede ser particularmente desafiante para los adultos mayores, quienes experimentan una disminución en su capacidad de sudoración y un menor flujo sanguíneo hacia la piel, lo que dificulta su capacidad para disipar el calor.
Las personas mayores no solo son más lentas en detectar el calor, sino que también tienen una menor respuesta fisiológica al estrés térmico. Estudios han demostrado que a medida que envejecemos, la función termorreguladora se ve comprometida por diversos factores, como la disminución de la capacidad de sudoración y la reducción del flujo sanguíneo cutáneo. Estos cambios pueden hacer que los adultos mayores sean más susceptibles a la deshidratación, ya que experimentan una menor sensación de sed, lo que aumenta el riesgo de lesiones relacionadas con el calor.
A pesar de estas deficiencias, se ha encontrado que los adultos mayores son capaces de adaptarse al calor si se les brinda el tiempo y las condiciones adecuadas. La exposición gradual al calor puede ayudar a mejorar la producción de sudor, la vasodilatación y la capacidad del cuerpo para hacer frente a temperaturas elevadas. Sin embargo, los estudios sugieren que los cambios en los adultos mayores son menos pronunciados que en los jóvenes, lo que significa que su adaptación es más lenta y menos efectiva.
Prevención y Protección Contra el Estrés Térmico
Los riesgos de las olas de calor son crecientes, y la protección de los adultos mayores debe ser una prioridad, especialmente durante los meses más calurosos, para evitar tragedias relacionadas con el calor extremo.