El Pontífice, identificado en el acta oficial como Jorge Mario Bergoglio, fue colocado en un ataúd de madera frente al altar de la Confessio, vestido con una casulla roja, una mitra blanca y un rosario entre las manos. La decisión de que el féretro estuviera al ras del suelo, sin catafalco, fue tomada por el propio Papa.
Durante el rito de clausura del ataúd, se leyó un documento que detalla los momentos más significativos de su vida y de su paso por el pontificado. El texto afirma que la memoria del Papa número 266 “permanece en el corazón de la Iglesia y de toda la humanidad”.
Entre los pasajes destacados se mencionó su paso por Alemania a finales de los años 80 y su labor pastoral en Argentina, donde vivía en un departamento, cocinaba por su cuenta y se trasladaba en metro o autobús, en un esfuerzo por mantenerse cercano a la gente.
Como parte del ritual, el arzobispo Diego Ravelli cubrió el rostro del Pontífice con un paño de seda blanca, mientras Farrell lo rociaba con agua bendita. En el ataúd se colocó también una bolsa con monedas y medallas acuñadas durante su pontificado.
Posteriormente, el ataúd de madera fue introducido en uno de zinc, al que se añadió la cruz de Francisco, su escudo papal y una placa con su nombre y las fechas de su vida y ministerio. Finalmente, el féretro fue sellado con los emblemas del Camarlengo, la Prefectura de la Casa Pontificia, la Oficina de Celebraciones Litúrgicas y el Capítulo Vaticano.
Con esta ceremonia, concluyó el último adiós al Papa que buscó gobernar desde la sencillez.