El xoloitzcuintle, conocido popularmente como izcuintle, se erige como un símbolo de tradición y amor por nuestros fieles amigos: los perros. Esta raza ha sido venerada desde tiempos prehispánicos, cuando se creía que estos animales eran guardianes de los espíritus, encargados de guiar a las almas de los fallecidos a través del arduo camino hacia Mictlán, la ciudad de los muertos.
En la cosmovisión de las culturas mesoamericanas, el xoloitzcuintle cumplía una función crucial: ayudar a las almas a cruzar el caudaloso río Chiconauhuapan, el último obstáculo antes de alcanzar el Mictlán. Según la creencia popular, si una persona había maltratado a los animales en vida, el xolo se negaría a ayudarle, condenándolo a perecer y a no poder cruzar. Por el contrario, quienes habían mostrado bondad hacia los perros recibirían la ayuda del xoloitzcuintle, que tomaría el alma y la transportaría a salvo al otro lado.
Los xoloitzcuintles eran valorados tanto en el plano espiritual como en el terrenal, ya que eran considerados como los compañeros del dios Xolotl, deidad de la muerte. Los antiguos creían que era vital ser bondadosos con estos animales para poder disfrutar de una muerte tranquila y sin sufrimiento. La leyenda establece que los xolos de color negro no pueden guiar a las almas, ya que su color indica que ya han cumplido su deber en el más allá. De igual forma, los de color blanco o muy claro son demasiado jóvenes para asumir esta tarea. Solo los xoloitzcuintles de color gris jaspeado pueden llevar a cabo esta importante misión.
La etimología del nombre xoloitzcuintle proviene de las palabras náhuatl «itzcuintli«, que significa perro, y «xolotl«, que tiene diversas acepciones, como «paje» o «servidor». Esta conexión subraya el papel del xoloitzcuintle como guía, al igual que el dios Xolotl acompañaba al sol en su viaje a través del reino de la muerte.
Dentro de la rica tradición mesoamericana, el inframundo estaba organizado en diferentes niveles. El primer nivel, Itzcuintlan, era un lugar habitado por xoloitzcuintles, donde el alma debía cruzar el río Apanohuayan. Solo aquellos que habían sido buenos con sus perros en vida podrían ser ayudados por ellos en esta travesía.
El xoloitzcuintle es también conocido por su particular ausencia de pelo, resultado de una mutación genética. A pesar de esto, algunos ejemplares presentan pelo, y su variedad de colores incluye negro, gris, rojizo y bronce, a menudo con manchas blancas. Su característica de «chimuelos», es decir, la ausencia de premolares e incisivos, también es parte de su singularidad.
De esta manera, nuestros ancestros nos han legado a través de su cultura y tradiciones un profundo respeto y amor hacia estos animales, que continúan siendo compañeros fieles tanto en vida como en el más allá. El xoloitzcuintle, más que un perro, es un símbolo de conexión entre el mundo terrenal y el espiritual, recordándonos la importancia de tratar con amor y respeto a quienes nos acompañan.