El caso de Marilyn Cote, quien ha sido señalada por usurpar funciones como psiquiatra y brindar tratamientos sin la formación adecuada, nos enfrenta a una realidad compleja: ¿qué sucede cuando el profesional de la salud mental también necesita ayuda, pero el sistema y la cultura de autocuidado le fallan? Con estudios en psicología, Cote conocía el valor de la salud emocional, pero aún así, sus propias limitaciones, aparentemente relacionadas con un trastorno que la lleva a mentir de manera compulsiva, no le impidieron asumir un rol para el cual no estaba preparada. Este fenómeno evidencia serias carencias en la cultura de la salud mental, tanto en términos de apoyo como de autocuidado en nuestra sociedad.
La invisibilización del autocuidado en la formación profesional
El autocuidado es un pilar fundamental en el bienestar de cualquier persona, pero para aquellos en el ámbito de la salud mental resulta crucial. Sin embargo, muchos profesionales en psicología, psiquiatría o terapia suelen ignorar sus propias necesidades emocionales y mentales, en parte debido a una formación que prioriza el tratamiento a terceros sobre el cuidado de sí mismos. Casos como el de Cote son extremos, pero muestran la necesidad de una cultura de salud mental en la que los profesionales también puedan recurrir a ayuda sin estigma o temor a cuestionar su credibilidad profesional.
La negligencia en la detección y el tratamiento de trastornos en personas dedicadas a la salud mental es una cuestión preocupante. Pese a que tienen el conocimiento para identificar señales de problemas emocionales o trastornos, estos profesionales no siempre acceden a recursos o sistemas de apoyo para atenderse. Esto puede derivar en un agotamiento emocional que, como en el caso de Cote, los empuja a asumir riesgos y conductas contraproducentes tanto para ellos como para sus pacientes.
La presión social y la autopercepción como barreras al autocuidado
En muchas culturas, incluida la nuestra, los profesionales de la salud mental se enfrentan a la expectativa de estar emocionalmente equilibrados y en pleno control de sus vidas. La imagen del “psicólogo fuerte” o del “psiquiatra infalible” refuerza una autoexigencia que impide reconocer sus propias vulnerabilidades. Los errores no solo se consideran fallos profesionales, sino que también ponen en juego su credibilidad, limitando aún más las posibilidades de pedir ayuda.
Para algunos, esto genera un ambiente en el que ocultar sus propias luchas se vuelve una prioridad. La negación de las propias necesidades, junto con un entorno que demanda perfección y control absoluto, propicia que algunos terminen ignorando señales de alerta evidentes, como la compulsión de mentir o de asumir responsabilidades que los sobrepasan.
La urgencia de un sistema de apoyo efectivo
La historia de Cote es un reflejo de la necesidad de implementar sistemas de apoyo y supervisión que detecten este tipo de situaciones a tiempo. El autocuidado y el acceso a servicios de salud mental adecuados deben ser prioritarios no solo para la población en general, sino también para aquellos que ejercen en el campo de la salud emocional. Esto implica crear programas que promuevan el autocuidado y eliminen el estigma asociado con los profesionales que buscan ayuda psicológica.
Un sistema de supervisión de pares, en el que los profesionales puedan hablar libremente sobre sus dificultades, así como la creación de grupos de apoyo y consultas psicológicas accesibles, puede ser la diferencia entre una carrera comprometida con el bienestar y una que termina afectando a otros. La normalización de estos recursos, junto con un cambio en la cultura laboral dentro del ámbito de la salud, es esencial para prevenir situaciones en las que el profesional de la salud mental termine siendo una amenaza para quienes busca ayudar.