¿Cuánto pueden impactar los momentos políticos de un país en la vida de un hombre? Hace casi 100 años, la vida de México todavía tenía remanentes revolucionarios. Inmersa en lo local, la visión progresista y de nacionalismo llenaba de esperanza las mentes de muchos. En 10 décadas, México dejó atrás épocas de bonanza, de «milagros» económicos y las cosas sustanciales de la vida, como el derecho a la tierra, al trabajo, a un retiro digno, se volvieron cada vez más efímeras o lejanas.
Entre 1936 y 2024, el contador Jorge de la Torre atravesó una época convulsa de México, llena de tantos cambios que tuvo que reconstruir varias veces sus sueños.
Entre los oscuros bosques de oyamel, pino, encino y cedro que se internan desde la región de la reserva de la Biosfera de la Mariposa Monarca hasta el interior de Michoacán, existe un pueblo que raras veces aparece en los mapas. San Juan Tlapujahuilla, con poco más de 900 habitantes alberga un santuario dedicado a la virgen de San Juan de los Lagos, una población de Los Altos de Jalisco que, salvo por su espíritu cristero, no tiene mucho tema en común.
El proyecto fue impulsado por el monseñor José de Jesús del Valle y Navarro, «Señor del Valle«, quien fue obispo de Tabasco y originario de Jalisco, de ahí que se trajera consigo el culto a una virgen de la zona alteña en medio de la vorágine desatada por la Guerra Cristera. La construcción inició en 1936, seis años después de que el conflicto armado terminó (1929). Sin embargo, todavía continuaban los levantamientos contra el laicismo gubernamental mexicano.
Habitantes de varias poblaciones, incluso de Guanajuato, acudían al remoto poblado michoacano para edificar piedra por piedra el ambicioso edificio de culto católico y de grandes dimensiones. La mayor parte de la mano de obra fue aportado por los mineros de la Compañía de Dos Estrellas, quienes también realizaban donativos en efectivo.
Junto con la virgen jalisciense, el «Señor del Valle» también llevó a un músico desde tierras alteñas para que dirigiera la banda del santuario. Feliciano de la Torre llevó consigo sus instrumentos y entre sus hijos a Jorge de la Torre García, quien creció en tierras michoacanas y aprendió a tocar el piano, contabilidad y minería. Diez años después, a punto de ingresar al seminario donde no culminó sus estudios teológicos, el entonces adolescente vio cómo las vacas de los establos eran enfiladas en las laderas de las carreteras y asesinadas una por una debido a la fiebre aftosa. Se dice que esta epidemia vacuna fue parte de una estrategia de ganadores estadounidenses para introducirse en el mercado mexicano de la carne roja.
Poco a poco, más cosas empezaron a morir en esas tierras boscosas. La extracción de oro y plata había empujado la economía de la región desde principios del siglo XX. Sin embargo, en la década de los cuarenta comenzó una migración masiva de mineros que recibían los salarios más bajos de la región, aprovecharon el Programa Bracero para buscar mejores condiciones de vida. En 1959, las minas cerraron al caer en bancarrota la Cooperativa de Dos Estrellas, ahogada en deudas que el Gobierno federal no pudo ayudar a subsanar, mientras que no había mano de obra para ampliar la extracción de oro.
En la década de 1960, las calles por las que caminó Jorge de la Torre lucían como un pueblo fantasma. Como muchos de los que se quedaron hasta el final, no tuvo otra opción más que migrar a la Ciudad de México con su familia en busca de cualquier empleo. El destino lo llevó a encontrar una oportunidad laboral en la empresa Bacardí, que desde 1931 había abierto su primera planta en el país, y que a principios de la década de 1960 comenzaba uno de sus periodos de mayor expansión.
La planta de Tultitlán, en el Estado de México, abrió sus puertas en 1961, cuando la economía de México había adquirido estabilidad y se le consideraba «el milagro mexicano». El complejo industrial se caracterizó por su amplio jardín verde. La colonia de los trabajadores era administrada por la compañía y les proporcionaba todos los servicios: jardinería, seguridad, limpieza, se les entregaba despensa y les organizaban celebraciones. Cuando la colonia fue entregada el municipio, quedó en el abandono la idea de la pequeña unidad cívica próspera y autosuficiente.
Bacardí continuó su expansión al incursionar en el mercado del tequila y abrió una nueva planta en Jalisco, en la cuna de la emblemática bebida. Jorge de la Torre regresó a su tierra natal como gerente general de la nueva tequilera. Treinta años después, se separó de la compañía. Su crecimiento laboral fue en declive a partir de la crisis de 1994. Al igual que miles de mexicanos, su vida quedó marcada por los años de crisis y bonanza del país. Fue un ciudadano afectado por los momentos políticos y económicos que tuvo México en el último siglo.