A las mujeres se les despide por ser tímidas o neurodivergentes y se les marca de por vida

A las mujeres se les despide por ser tímidas o neurodivergentes y se les marca de por vida

En muchas empresas, la trayectoria profesional de una mujer no depende solo de su talento o esfuerzo, sino de la imagen que proyecta ante sus superiores. La timidez, la neurodivergencia o simplemente no ajustarse a estereotipos de género pueden convertirse en obstáculos invisibles que limitan su crecimiento y, en algunos casos, destruyen su carrera. Mientras los hombres pueden permitirse ser serios o reservados, a las mujeres aún se les exige ser amables, serviciales y sociables. Esta discriminación silenciosa sigue sin ser cuestionada en numerosos entornos laborales.

En el mundo laboral, la evaluación del desempeño profesional rara vez se basa exclusivamente en méritos y logros. Existen factores subjetivos que pueden determinar el futuro de una persona dentro de una empresa, especialmente para las mujeres. Es violento y por lo menos injusto que el crecimiento profesional dependa de la impresión que una empleada haya causado a un superior, particularmente cuando ese jefe espera que las mujeres se ajusten a un molde de docilidad y servidumbre.

En muchas organizaciones, se asume que una mujer debe ser dócil, amable, servicial, sumisa, atenta, cariñosa, femenina, tierna y, sobre todo, sociable. Pero ¿qué ocurre cuando una trabajadora no encaja en ese perfil? Para una mujer tímida, neurodivergente o con dificultades para interactuar socialmente, el ambiente laboral puede convertirse en un campo de batalla. La situación se agrava si la persona enfrenta estrés postraumático debido a una experiencia que puso en peligro su vida, o si padece depresión o ansiedad. En lugar de recibir apoyo o comprensión, su comportamiento puede ser interpretado por sus superiores como mala actitud, falta de compromiso o incluso «maldad pura». En consecuencia, se convierte en una candidata al despido, como si hubiese cometido una falta grave o afectado directamente a la empresa.

El problema no termina con la expulsión. Muchas veces, tras años de acoso laboral, una trabajadora que ha realizado aportes valiosos a una compañía es despedida sin reconocimiento, por la puerta trasera, y sin posibilidad de obtener referencias favorables. Pero el castigo no se detiene ahí. Exjefes y exempleadores, que ven a la trabajadora como una figura problemática, se aseguran de que su reputación laboral quede marcada. De este modo, cualquier nueva oportunidad de empleo se ve obstaculizada por referencias negativas, en las que se enfatiza que la persona no saludaba, no demostraba afecto o no llevaba el café, como si estos aspectos fueran criterios fundamentales para evaluar su capacidad profesional.

El sesgo de género en el entorno laboral es innegable. A los hombres se les tolera la seriedad, la timidez o incluso conductas antisociales, mientras que en las mujeres se espera sumisión y amabilidad. No encajar en estos estándares sigue siendo penalizado de manera desproporcionada, afectando no solo el desarrollo profesional de muchas mujeres, sino también su estabilidad emocional y económica. Arruinar la trayectoria laboral de una mujer por no cumplir con estereotipos de género es una de las tantas injusticias que persisten en el mundo corporativo, una problemática que las empresas todavía no están listas para discutir.

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