Una amiga entre miles: la religiosa que lloró junto al féretro del Papa Francisco

Una amiga entre miles: la religiosa que lloró junto al féretro del Papa Francisco

Vestida de azul y con una mochila al hombro, Sor Geneviève Jeanningros cruzó en silencio la Basílica de San Pedro. Mientras los cardenales rendían homenaje al féretro del Papa Francisco, a ella se le concedió un acceso especial: no por su investidura, sino por la historia que compartía con el pontífice.

En medio del protocolo vaticano, con los cardenales desfilando en silencio y los fieles aún esperando su turno, una figura se abrió paso con calma. Vestida de azul y con una mochila al hombro, una mujer de la tercera edad se acercó al altar mayor de la Basílica de San Pedro. No era una desconocida. Era Sor Geneviève Jeanningros, religiosa de Ostia y amiga cercana del Papa Francisco.

La escena fue captada por las cámaras de Vatican News, pero también quedó guardada en la memoria de quienes entienden que, a veces, los gestos más simples son los que más dicen. Frente al féretro del papa Francisco, la monja se detuvo. Guardó silencio. Se limpió las lágrimas. Y se quedó ahí, en pie, acompañando al amigo que partía.

A lo largo de los años, Sor Geneviève se convirtió en una presencia constante en la vida del Papa. Lo había recibido más de una vez en Ostia, donde trabaja con personas que suelen quedar fuera del centro de atención: mujeres trans, feriantes, personas en situación vulnerable.

Durante la pandemia, organizó junto con un párroco local ayuda para quienes habían perdido el sustento. Tocó las puertas del Vaticano para pedir comida y medicinas para su comunidad. Y un día, en una de esas audiencias de los miércoles, llevó a conocer al Papa a un grupo de mujeres transexuales. Se tomaron una foto. Tiempo después, una de ellas fue asesinada. Sor Geneviève volvió con la imagen en la mano. Francisco la recibió, la miró, y rezó por ella.

Dicen que él la llamaba con afecto “la enfant terrible, por su insistencia, por su manera de empujar las puertas cerradas sin hacer ruido. Ella solo seguía lo que creía justo: acercar el Evangelio a quienes más lo necesitan, aunque nadie les haya dicho que tienen un lugar en él.

«La enfant terrible» es una expresión francesa que se traduce literalmente como «la niña terrible», pero su significado va más allá de lo literal. Se usa para describir a una persona —generalmente joven o rebelde— que rompe con lo establecido, que desafía las normas o que dice verdades incómodas sin filtro, a menudo con un toque de irreverencia, pero también con autenticidad. En este caso, aplicada a Sor Geneviève, es una manera cariñosa y algo irónica del Papa Francisco para decir que ella era incómoda para el sistema, pero necesaria para el Evangelio.

El 31 de julio de 2024, gracias a su insistencia, el Papa visitó por primera vez un parque de diversiones en Ostia. No fue un acto simbólico. Fue una visita real, con abrazos, con palabras y con esa mirada suya que parecía decir: “Estoy aquí porque ustedes también cuentan”.

El día de la despedida, Sor Geneviève no necesitó pronunciar discursos. Su presencia, su llanto y ese momento de silencio frente al féretro dijeron todo. Fue el adiós de una amiga a su cómplice, el cierre de una historia tejida en los márgenes, donde la fe no se grita, se vive.

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