En los últimos años, la desinformación se ha convertido en un tema crucial de estudio. Los psicólogos, filósofos, politólogos y científicos sociales han inundado el campo con investigaciones para comprender cómo se difunde y qué efectos tiene sobre las sociedades. Un el artículo de Science, «Los Dilemas de un campo», realizado con el apoyo del Pulitzer Center, analiza los cinco mayores desafíos a los que se enfrenta este campo emergente, destacando cómo la desinformación ha contribuido a la polarización política y ha socavado la confianza en las instituciones democráticas, además de amenazar la salud pública, especialmente durante la pandemia de COVID-19.
1. ¿Qué es realmente la desinformación?
Uno de los mayores dilemas es la definición misma de desinformación. Durante la pandemia, la historia de un médico que murió tras recibir la vacuna contra el COVID-19 se difundió ampliamente, aunque las investigaciones no hallaron relación entre la muerte y la vacuna. La historia se convirtió en un ejemplo de desinformación, pero muchos investigadores se cuestionan si clasificar este tipo de contenido como desinformación es útil, dado que el artículo era veraz en sus hechos, pero el titular de prensa fue engañoso.
El consenso sobre lo que constituye desinformación no es fácil de alcanzar. Algunos la definen como cualquier información falsa, mientras que otros argumentan que la falsedad por sí sola no es suficiente para etiquetar algo como desinformación. Además, hay formas de desinformación que no son estrictamente falsas, como los titulares sensacionalistas o clickbait, que son engañosos pero no completamente falsos. Estas publicaciones engañosas, aunque menos dramáticas que las mentiras descaradas, parecen tener un mayor impacto debido a su amplio alcance.
Un estudio realizado en 2023 encontró que más de la mitad de los expertos en desinformación consideran que los titulares sensacionalistas deberían ser clasificados como tal. Aunque no completamente falsos.
2. Todo es político
La desinformación no es solo un problema informático; también es un fenómeno profundamente político. Los estudios han demostrado que la desinformación se distribuye principalmente en círculos conservadores, especialmente en contextos electorales. Durante las elecciones presidenciales de 2020 en Estados Unidos, el 97% de las publicaciones que contenían información errónea y que fueron verificadas por expertos fueron vistas y respondidas principalmente por audiencias conservadoras. Esto ha llevado a acusaciones por parte de algunos sectores políticos de que los investigadores de desinformación están sesgados contra la derecha.
Sin embargo, no se trata solo de un fenómeno conservador. Los estudios también muestran que tanto liberales como conservadores son susceptibles de creer en noticias falsas cuando estas apuntan a su adversario político. El problema radica en cómo la desinformación, aunque pueda ser consumida por cualquier grupo, tiende a difundirse y amplificarse de manera desigual, lo que genera tensiones políticas y debates sobre la imparcialidad en la investigación.
3. Los daños son difíciles de precisar
Uno de los problemas más complejos es medir el daño que la desinformación causa. Durante la pandemia de COVID-19, la desinformación sobre el uso del alcohol como protector contra el virus en Irán provocó un aumento en los envenenamientos por metanol. Aunque se señaló que estos envenenamientos fueron el resultado directo de rumores infundados, las investigaciones mostraron que otros factores también contribuyeron, como el aumento del consumo de alcohol ilegal debido a las restricciones sociales.
Este ejemplo subraya la dificultad de medir los efectos de la desinformación. Los daños no siempre se pueden atribuir a una sola causa; a menudo, varios factores se combinan para crear consecuencias graves, como en el caso de los envenenamientos por metanol, donde la desinformación fue solo uno de los elementos que afectaron a la salud pública.
4: Las empresas son dueñas de los datos
Las elecciones son focos de desinformación, y las plataformas de redes sociales tradicionalmente han proporcionado a los investigadores una manera fácil de investigar quién la está difundiendo y qué tan lejos llega. En 2019, Francesco Pierri, investigador de la Universidad Politécnica de Milán, analizó Twitter en el período previo a las elecciones al Parlamento Europeo para estudiar cómo circulaba la desinformación en Italia. Descubrió que era difundida principalmente por usuarios de extrema derecha y que se concentraba en gran medida en temas como la inmigración.
A finales de 2023, cuando se acercaban las elecciones europeas de 2024, Pierri intentó realizar un análisis similar en varios países europeos, pero se topó con problemas. El acceso a los datos había cambiado. Anteriormente, los científicos podían acceder a una gran cantidad de datos a través de la interfaz de programación de aplicaciones (API) de Twitter, lo que les permitía recopilar millones de tuits al día. Sin embargo, tras la adquisición de la empresa por Elon Musk, Twitter cerró el acceso gratuito y cobró a los científicos cantidades elevadas por datos mucho más limitados, lo que afectó gravemente la investigación de Pierri.
El problema no es exclusivo de Twitter. Meta también descontinuó su herramienta Crowdtangle en 2023, reemplazándola con la biblioteca de contenido Meta, cuyo acceso es extremadamente limitado. Plataformas como YouTube y TikTok enfrentan desafíos similares, dificultando considerablemente la investigación. Algunos científicos han intentado sortear estos problemas colaborando directamente con las empresas tecnológicas, aunque estas colaboraciones suelen ser lentas y complicadas. Además, la influencia de las grandes plataformas tecnológicas en la investigación de desinformación podría haber desviado el enfoque hacia intervenciones dirigidas a usuarios individuales, en lugar de analizar los algoritmos y el diseño de las plataformas.
A pesar de todo, la Ley de Servicios Digitales de la Unión Europea, que entró en vigor en 2022, ha comenzado a ofrecer un acceso más controlado a los datos, pero aún hay limitaciones y desafíos para los investigadores.
5: El problema es global, la investigación no lo es
En 2016, las elecciones en Filipinas marcaron el comienzo de lo que algunos consideran el «mundo de la posverdad». La campaña en línea para la elección de Rodrigo Duterte estuvo llena de desinformación, incluyendo noticias falsas que afirmaban el apoyo de figuras como Angela Merkel y la NASA. A pesar de ser uno de los países con mayor uso de redes sociales, Filipinas ha sido objeto de mucho menos investigación sobre desinformación que Estados Unidos o el Reino Unido. Jonathan Ong, investigador filipino de desinformación, subraya que su país es el mayor usuario de Facebook, pero aún carece de estudios profundos en este campo.
Este déficit no se limita a Filipinas. La mayor parte de la investigación sobre desinformación proviene de Estados Unidos y Europa, mientras que regiones como Asia, África y Oriente Medio tienen una representación mínima en los estudios. Esto plantea problemas, ya que los hallazgos en contextos de Estados Unidos o el Reino Unido no siempre son aplicables a otras culturas. En particular, la investigación sobre cómo contrarrestar la desinformación también está desproporcionadamente centrada en el Norte Global, dejando al Sur Global con una falta de evidencia en este ámbito.
Además, la desinformación en idiomas distintos al inglés, como el tagalo o el coreano, es más difícil de estudiar, ya que las plataformas de moderación de contenido se enfocan principalmente en el inglés. Las redes sociales más pequeñas, como KakaoTalk en Corea del Sur o Viber en Filipinas, también son importantes en la propagación de desinformación, pero son mucho menos estudiadas.
Esto resalta la necesidad de diversificar la investigación sobre la desinfor