En YouTube, TikTok y podcasts mexicanos, figuras como Brozo, Chumel Torres, El Escorpión Dorado y El Temach han consolidado comunidades fervientes que celebran su descaro, su rechazo a lo políticamente correcto y, en muchos casos, su lenguaje misógino. Lejos de ser una simple provocación, su éxito apunta a una masculinidad en crisis que busca refugio en discursos que exaltan la rebeldía, la rudeza y el rechazo a nuevas reglas sociales.
En el ecosistema digital mexicano, una constelación de figuras masculinas destaca por un rasgo común: rompen con las formas establecidas del discurso público. Ya sea desde la comedia política, la sátira social o el coaching relacional, personajes como Brozo, Chumel Torres, El Escorpión Dorado y El Temach han cultivado una audiencia masiva apelando a un lenguaje directo, provocador y, en muchos casos, misógino o abiertamente ofensivo. Lejos de ser un fenómeno marginal, su éxito sugiere una pregunta de fondo: ¿qué dice esto sobre la masculinidad contemporánea en México?
La atracción por la transgresión
El éxito de estos creadores no puede reducirse a la polémica o el escándalo. Lo que ofrecen, en esencia, es una experiencia catártica: una válvula de escape ante un contexto donde las reglas del lenguaje, la corrección política y los nuevos códigos de género han transformado el espacio público. Frente a esto, sus discursos funcionan como una forma simbólica de desobediencia. La grosería se convierte en acto político; el sarcasmo, en crítica social.
Este patrón no es exclusivo de México, pero adquiere particular relevancia en una sociedad donde la figura del hombre proveedor, dominante y emocionalmente cerrado sigue siendo dominante en muchos entornos. En este contexto, estos personajes encarnan una versión aspiracional de la masculinidad desinhibida, que habla «sin miedo», ridiculiza lo que no entiende y se coloca por encima del juicio moral.
Masculinidad reprimida, identificación simbólica
En lugar de leer esta preferencia como una mera adhesión ideológica, podría tratarse de una reacción ante la crisis de representación masculina: frente a un entorno que exige nuevas formas de ser hombre, muchos optan por refugiarse en modelos tradicionales, aunque actualizados en formato digital.
El consumo de estos contenidos no se explica solo por afinidad ideológica, sino por una identificación emocional profunda. En muchos casos, estos personajes cumplen la función del alter ego: dicen lo que otros no se atreven a decir, insultan donde otros callan, recuperan —aunque sea simbólicamente— una voz que muchos hombres sienten que han perdido. Así, lo que para unos es una expresión de misoginia, para otros representa una forma de dignificación personal ante un entorno que perciben hostil o injusto.
Entre el entretenimiento y la pedagogía
Aunque varias de estas figuras comenzaron desde el humor o la crítica política, su impacto ha trascendido el entretenimiento. El Temach, por ejemplo, ha construido una narrativa centrada en el «mejoramiento masculino», pero lo ha hecho desde un enfoque que refuerza estereotipos de género, promueve la jerarquía emocional entre hombres y mujeres, y reproduce ideas sobre la feminidad como amenaza. Sus videos —como los de muchos de sus pares— se consumen no solo como espectáculo, sino también como guía emocional o existencial.
Este tipo de contenido funciona como un refugio para hombres que se sienten desorientados. En vez de espacios donde se cuestionen las formas tradicionales de masculinidad, estos canales refuerzan ciertas creencias con el lenguaje de la rebeldía. No promueven el cambio, sino el retorno: una vuelta a formas de poder masculino asociadas con el control, el desprecio hacia lo vulnerable y la burla como mecanismo de afirmación.
Más allá de la condena
Etiquetar estos contenidos como “tóxicos” o a sus consumidores como “machistas” resulta ineficaz si el objetivo es comprender el fenómeno. Su auge revela una necesidad emocional desatendida en amplios sectores de la población masculina: la de ser escuchados, respetados, validados. Ignorar esta dimensión solo refuerza el ciclo de resentimiento y radicalización.