El control del discurso en la era digital: la narrativa de la desinformación como herramienta hegemónica

El control del discurso en la era digital: la narrativa de la desinformación como herramienta hegemónica

En un mundo cada vez más interconectado, la desinformación ha emergido como uno de los grandes desafíos de la esfera pública digital. Bajo la premisa de proteger la democracia, Estados y corporaciones tecnológicas han articulado discursos que justifican la regulación del contenido en redes sociales. Sin embargo, esta narrativa plantea una inquietante paradoja: ¿es la lucha contra la desinformación un mecanismo para salvaguardar la pluralidad o una estrategia para consolidar el poder hegemónico en el ecosistema informativo global? Este artículo explora cómo el control de la información se ha convertido en una herramienta para marginar voces independientes, perpetuar estructuras de poder y redefinir las reglas del espacio público digital.

En la actualidad, el concepto de desinformación ha adquirido una relevancia sin precedentes en los discursos políticos y regulatorios de la Unión Europea y Estados Unidos. Bajo el pretexto de salvaguardar la democracia y garantizar un ecosistema informativo sano, estas potencias han desarrollado narrativas que justifican el control sobre las expresiones en redes sociales. Sin embargo, este enfoque plantea interrogantes fundamentales: ¿podría estar operando como una herramienta para consolidar la hegemonía comunicativa global, restringiendo las voces independientes y alternativas? La hipótesis aquí planteada sostiene que la desinformación es utilizada como una narrativa estratégica para perpetuar estructuras de poder en el entorno digital, bajo la aparente intención de combatir las amenazas al orden democrático.

Jesús Martín-Barbero subraya que la comunicación no es un proceso neutro ni meramente instrumental, sino que está profundamente influido por las estructuras de poder y los contextos culturales. En este sentido, la narrativa que las personas aceptan sobre la desinformación surge de mediaciones institucionales que legitiman intervenciones en el ecosistema digital. Estas intervenciones, aunque presentadas como necesarias para proteger la verdad, suelen favorecer a los actores hegemónicos que controlan las infraestructuras tecnológicas y los flujos informativos. De esta manera, la narrativa de la desinformación no solo se utiliza desde poderes estatales y corporativos para regular el contenido en las plataformas digitales, sino también condiciona las formas de participación y expresión de los usuarios en un espacio que debería ser plural y democrático. 

La idea de hegemonía cultural, explicada por Antonio Gramsci, se articula aquí como un eje fundamental. La desinformación, en este marco, no es un simple problema de circulación de contenido falso, sino una herramienta para consolidar un consenso ideológico que marginaliza narrativas alternativas y disidentes. De esta manera, los estados y corporaciones tecnológicas se posicionan como guardianes de la verdad, deslegitimando cualquier discurso que desafíe su poder.

Carlos Scolari aporta a esta discusión un enfoque basado en la ecología de medios. Su teoría destaca cómo el ecosistema mediático contemporáneo está compuesto por una multiplicidad de plataformas y actores interconectados, lo que genera una convergencia de narrativas. En este contexto, la narrativa de la desinformación se despliega de manera transmediática, utilizando distintas plataformas para construir un discurso homogéneo que amplifica su alcance y eficacia. Este fenómeno no solo refuerza el control de los actores dominantes, sino que también reduce la diversidad informativa al etiquetar como «falsas» aquellas narrativas que no se alinean con los intereses hegemónicos. Por ejemplo, el uso de algoritmos para identificar contenido «falso» se convierte en una práctica estándar que refuerza el poder de las grandes plataformas tecnológicas.

Manuel Castells señala que el poder se ejerce mediante el control de las redes digitales y los flujos informativos que las atraviesan. En este contexto, la narrativa sobre la desinformación funciona como una política del miedo destinada a constituir una amenaza global que justifique la implementación de medidas restrictivas. Estas medidas, como el monitoreo algorítmico y la censura selectiva, consolidan el poder de los programadores de redes, quienes determinan qué discursos son considerados legítimos y qué voces son excluidas del espacio público digital. 

La narrativa del miedo también tiene una dimensión psicopolítica, como lo señala Byung-Chul Han. Según este autor, el miedo es instrumentalizado para moldear las percepciones y comportamientos de los usuarios, neutralizando cualquier forma de disidencia. En este sentido, la desinformación no solo actúa como un fenómeno informativo, sino también como un mecanismo de control subjetivo que garantiza la estabilidad de las estructuras de poder existentes.

Noam Chomsky con su teoría sobre la manufactura del consenso, describe cómo las élites utilizan los medios de comunicación para legitimar narrativas únicas y deslegitimar cualquier oposición. En términos generales, el falso consenso se refiere a la percepción artificial de que existe un acuerdo mayoritario en torno a determinadas ideas, valores o políticas, cuando en realidad este acuerdo ha sido fabricado o manipulado por quienes detentan el poder.

 En el caso de la desinformación, se ha construido un falso consenso respecto a que es producto de una amenaza a la democracia, sin un marco teórico que permita describir el problema, simplemente se estableció a partir de una narrativa que fue impulsada de manera unilateral por organismos internacionales, gobiernos, organizaciones civiles, grupos políticos y medios masivos de comunicación. Entre otras cosas, el falso consenso sobre la desinformación ha contribuido a la reducción de la diversidad discursiva, donde las voces independientes y marginales son sistemáticamente excluidas.

Jürgen Habermas advierte sobre la colonización del espacio público, una dinámica que se intensifica en el entorno digital. Las plataformas tecnológicas, bajo el pretexto de combatir la desinformación, implementan políticas que restringen la deliberación plural y favorecen a los actores dominantes. Esta colonización no solo limita la libertad de expresión, sino que también transforma el espacio público digital en un ámbito controlado por intereses económicos y políticos.

La desinformación, lejos de ser un fenómeno aislado o exclusivamente informativo, opera como una narrativa estratégica que consolida el control hegemónico en el ecosistema digital.

EL VACÍO EN EL DEBATE

Existe un vacío crítico en el debate sobre la desinformación: la omisión de un marco epistemológico y teórico profundo que analice la problemática desde las raíces de los fenómenos comunicativos y su transformación en la era digital. Este vacío genera una interpretación limitada, en la que el problema de la desinformación se instrumentaliza como una amenaza dirigida principalmente contra las estructuras de poder, dejando de lado los procesos más complejos y estructurales que definen cómo la comunicación opera en el espacio digital.

Al asumir la desinformación como problema político antes que comunicativo, el debate actual parece centrarse en cómo la desinformación afecta la estabilidad de las instituciones democráticas y el poder establecido, sin indagar en su relación intrínseca con la ecología mediática, o la configuración de la sociedad-red. Esto reduce el análisis a una perspectiva reactiva: el problema no es que la desinformación exista como fenómeno inherente al sistema comunicativo, sino que afecta a quienes controlan los discursos hegemónicos.

El paso del análisis comunicativo al enfoque normativo revela una ruptura epistemológica: la comunicación dejó de ser vista como un espacio de interacción compleja y multidimensional para convertirse en un instrumento de regulación. La atención se dirige a los efectos negativos que la desinformación tiene sobre el poder, sin considerar cómo las mismas estructuras que producen esta preocupación (controladores de la red, algoritmos, plataformas) están diseñadas para perpetuar dinámicas de exclusión, monopolización del discurso y control.

La Hegemonía Informativa Digital 

Las narrativas sobre desinformación se utilizan para consolidar un control cultural y político en el entorno digital que puede definirse como una hegemonía informativa digital. Las instituciones dominantes, como los Estados, las empresas tecnológicas y los medios tradicionales, se posicionan como las únicas capaces de discernir entre información «verdadera» y «falsa». Este proceso construye un consenso global que deslegitima otras voces, relegándolas al margen.

En este hegemonía, la desinformación no debe ser vista solo como un problema de datos falsos, sino como una estrategia para deslegitimar las expresiones contrarias al poder dominante. En este sentido, la narrativa de la desinformación funciona como un dispositivo hegemónico que perpetúa las jerarquías discursivas en el ecosistema digital.

Control Transmediático del Discurso 

Las narrativas sobre desinformación operan como discursos transmedia diseñados para circular por múltiples plataformas. El control transmediático del discurso refuerza una visión unificada y homogénea del problema, amplificando su alcance e instaurando una percepción global de la desinformación como una amenaza.

La implicación de este enfoque es que la lógica transmediática no solo aumenta la difusión de estas narrativas, sino que también justifica la implementación de regulaciones que limitan las voces críticas. De este modo, el control del discurso trasciende las fronteras de las plataformas digitales. 

Colonización del Espacio Público Digital 

La regulación de la desinformación amenaza el espacio público digital. En este sentido, la transformación de un ámbito plural y deliberativo en un terreno controlado por intereses estatales o corporativos. La narrativa de la desinformación se utiliza aquí como una herramienta para imponer reglas que benefician a los actores hegemónicos, excluyendo a los independientes o disidentes.

Este proceso limita la deliberación democrática en el entorno digital, reforzando las desigualdades estructurales en el acceso y control de la información.

Narrativa del Miedo Algorítmico 

El miedo a la desinformación se utiliza como una herramienta psicopolítica. Este miedo justifica el monitoreo, la censura y el control algorítmico de las redes sociales. Los algoritmos que filtran contenido «falso» se convierten en armas de control ideológico, moldeando las percepciones de los usuarios y favoreciendo las narrativas de los actores dominantes.

Desinformación Estratégica 

La desinformación también puede ser utilizada como un arma estratégica por los mismos actores que dicen combatirla. Al controlar la narrativa, estos actores etiquetan como «desinformación» cualquier discurso que no se alinee con sus intereses.

La desinformación estratégica opera como un mecanismo para neutralizar movimientos sociales, medios alternativos y voces críticas, todo bajo el pretexto de proteger a las democracias.

Ecosistema de Información Asimétrica

En un entorno mediático donde las relaciones de poder determinan qué información circula libremente y cuál es restringida se genera un ecosistema de información asimétrica. La narrativa de la desinformación refuerza esta asimetría, beneficiando a quienes controlan las infraestructuras tecnológicas y los flujos de datos.

La implicación central es que la lucha contra la desinformación no responde a criterios neutrales, sino que está condicionada por los intereses de quienes dominan el ecosistema mediático global.

Paradoja de la Regulación Informativa

La contradicción inherente en los intentos de regular la desinformación. Aunque se presentan como medidas para proteger la democracia, estas regulaciones a menudo resultan en la concentración del poder discursivo y la erosión de la libertad de expresión.

Este enfoque subraya la necesidad de analizar críticamente estas regulaciones para garantizar que no terminen consolidando las desigualdades en el acceso a la información.

Para abordar esta problemática de manera más profunda, sería crucial recuperar las voces de los teóricos que definieron el espacio digital como una extensión del ecosistema comunicativo. Esto implica analizar cómo los procesos de producción, distribución y consumo de información se vinculan con fenómenos como la concentración de medios, la gobernanza de internet y las nuevas formas de colonialismo digital. También es necesario repensar el papel del ciudadano digital, no como consumidor pasivo, sino como un agente activo capaz de intervenir y transformar estos espacios.

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