Los mexicas organizaban sus rituales funerarios según su calendario solar, el Xiuhpohualli, que incluía 18 veintenas. Cuatro de ellas estaban dedicadas a la memoria de los muertos: Miccailhuitontli, en agosto-septiembre, para niños fallecidos; Huey Miccailhuitl, para guerreros muertos que acompañaban a Huitzilopochtli; Tepeilhuitl, entre octubre y noviembre, relacionada con la cosecha y las deidades del agua, donde se recordaba a quienes murieron por ahogamiento; y Tititl, en el solsticio de invierno, para finados por causas naturales, celebrados con quixebilotia, ofrendas y representaciones del difunto con mantas, plumas y perfumes según su estatus.
Los mexicas, también conocidos como aztecas, fueron una civilización que se desarrolló en el Valle de México entre los siglos XIV y XVI, con Tenochtitlán como su capital. Su sociedad era altamente organizada, con un emperador, una nobleza militar y religiosa, comerciantes, artesanos y agricultores. La vida cotidiana estaba profundamente influida por la religión y la cosmovisión mesoamericana, donde los dioses regulaban el orden del universo, la fertilidad, la guerra y la muerte.
Los mexicas también tenían rituales relacionados con la muerte y el destino del alma. Creían que el más allá no era uniforme; el lugar al que iba el espíritu dependía de cómo había muerto la persona. Los guerreros caídos, los sacrificados y las mujeres que morían en parto eran considerados especiales y recibían un tránsito privilegiado hacia lugares celestiales, mientras que la mayoría de los muertos comunes debía recorrer etapas del Mictlán, el inframundo. Para acompañar a los difuntos, realizaban ofrendas y ceremonias con comida, bebidas, flores y objetos personales, que reforzaban la conexión entre los vivos y los muertos.
Uno de los dioses más importantes era Huitzilopochtli, dios del sol y la guerra, protector del pueblo mexica. Su culto tenía un carácter central: su fuerza mantenía el equilibrio cósmico, y su favor era necesario para la prosperidad de la ciudad y el éxito en la guerra. Por esta razón, los mexicas realizaban sacrificios humanos y rituales elaborados, que incluían danzas, cantos y ofrendas de alimentos, flores y objetos preciosos, especialmente en el Templo Mayor de Tenochtitlán.
Víctor Joel Santos, en un artículo para el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) destacó que las prácticas mortuorias mexicas estaban estrechamente vinculadas a su calendario solar, el Xiuhpohualli, que constaba de 18 veintenas o períodos de 20 días, y regulaba tanto el ciclo agrícola como los rituales de vida y muerte. Dentro de este calendario existían al menos cuatro veintenas dedicadas a celebraciones funerarias:
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Miccailhuitontli (“Fiesta pequeña de los muertos”), octava veintena, celebrada entre agosto y septiembre, enfocada en los niños fallecidos.
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Huey Miccailhuitl (“Gran fiesta de los muertos”), novena veintena, dedicada a los guerreros muertos que acompañaban a Huitzilopochtli en la “Casa del Sol” (Tonatiuh ichan).
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Tepeilhuitl (decimotercera veintena), entre octubre y noviembre, vinculada a la cosecha de maíz y a las deidades del agua como Tláloc y Chalchihuitlicue, donde se colocaban en altares imágenes de personas fallecidas por ahogamiento o enfermedades acuáticas, representando su tránsito al Tlalocán, el paraíso terrenal.
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Tititl (decimosexta veintena), celebrada en el solsticio de invierno, marcaba el fin del ciclo solar y estaba dedicada a los finados que habían muerto por causas naturales, a quienes se recordaba con quixebilotia, ofrendas de comida y objetos representativos sobre petates y equipales, recreando al difunto con mantas, plumas y perfumes, según su estatus.
Estas prácticas muestran que los mexicas tenían una visión compleja de la muerte, donde el destino del alma dependía de la forma de fallecer, y donde las celebraciones funerarias combinaban elementos religiosos, agrícolas y sociales. Los rituales no solo honraban a los muertos, sino que reforzaban la cohesión de la comunidad y mantenían el equilibrio cósmico a través de la interacción con los dioses.
En conjunto, la cultura mexica se caracterizó por la interconexión de la vida, la muerte, la religión y la guerra, con Huitzilopochtli como eje central de su cosmovisión, mientras que sus complejas prácticas funerarias reflejaban el profundo respeto por el ciclo de la existencia y la memoria de los antepasados.
