La suspensión de la autoría de la icónica foto “El Terror de la Guerra” por parte de World Press Photo desata una reflexión urgente sobre la crisis ética en el periodismo y los riesgos que implica la desatención a las prácticas de atribución, ahora amplificados por la irrupción de la inteligencia artificial.
Medio siglo después de haber sido tomada, una de las fotografías más influyentes del siglo XX enfrenta una crisis de autoría. La organización World Press Photo anunció esta semana la suspensión de la atribución del célebre premio concedido en 1973 a Nick Út, fotógrafo de Associated Press, por la imagen conocida como “El Terror de la Guerra”. La decisión se basa en los hallazgos de una investigación realizada entre enero y mayo de 2025, que plantea serias dudas sobre si Út fue realmente quien capturó el dramático instante de una niña huyendo de un bombardeo con napalm durante la guerra de Vietnam.
El detonante fue el documental The Stringer, producido por The VII Foundation y dirigido por Bao Nguyen, presentado en el Festival de Cine de Sundance. La cinta sostiene que la imagen no fue tomada por Nick Út, sino posiblemente por los fotógrafos vietnamitas Nguyễn Thành Nghệ o Huỳnh Công Phúc, quienes, según análisis técnicos de posición, distancia y equipo utilizado, habrían estado en mejor lugar para capturar la escena.
Aunque el premio no será retirado y la fotografía no será descalificada —pues su impacto histórico sigue siendo innegable— la autoría queda formalmente en suspenso hasta que nuevas evidencias permitan esclarecer el caso.
Una herida ética abierta
Este episodio reaviva uno de los debates más persistentes en el ámbito del periodismo y la creación visual: el de la ética de la atribución. Si bien el periodismo ha basado su credibilidad en la veracidad y transparencia de sus fuentes, el caso de El Terror de la Guerra demuestra que las prácticas editoriales han estado marcadas por omisiones, silencios y, en ocasiones, fraudes deliberados.
Según el documental, el pie de foto original habría sido modificado por el editor de fotografía de AP en Saigón, Carl Robinson, por orden del entonces director Horst Faas, lo que indica no solo una posible apropiación indebida del trabajo ajeno, sino una decisión institucionalizada que ocultó durante décadas la verdad.
En el periodismo, el plagio y la falta de atribución no son meras faltas menores: constituyen violaciones a la integridad profesional que, además de vulnerar derechos de autor, pueden sostenerse por años, incluso décadas, bajo el amparo de estructuras de poder que protegen a ciertos nombres en detrimento de otros.
El periodismo frente a la inteligencia artificial
La suspensión de la autoría ocurre en un momento especialmente delicado para el periodismo, cuando las herramientas de inteligencia artificial desafían los límites de la creación, edición y verificación de imágenes. La trazabilidad y la atribución de los contenidos se vuelven, hoy más que nunca, una necesidad urgente.
La falta de protocolos sólidos en las redacciones para garantizar la atribución justa y transparente no solo expone a los medios a errores históricos, sino que agrava la pérdida de confianza del público. Si una fotografía como El Terror de la Guerra, emblema del fotoperiodismo mundial, puede haber sido mal atribuida durante 53 años, ¿qué garantías quedan para los testimonios visuales en la era digital?
La verdad siempre encuentra su camino
Más allá de la controversia, este caso demuestra que la verdad, por más tiempo que pase, siempre encuentra una grieta por donde salir. Y que los premios, los aplausos y los lugares en la historia no deben cimentarse en falsedades, sino en el reconocimiento honesto del trabajo de quienes han documentado los momentos más dolorosos de la humanidad.
World Press Photo presentará los detalles de su investigación este 17 de mayo en el evento Historias que Importan, en la Iglesia Nueva de Ámsterdam. Lo que está en juego no es solo la autoría de una imagen, sino la credibilidad del periodismo como memoria colectiva.
Porque tarde o temprano, los fraudes se revelan. Y porque el derecho de autor, sobre todo cuando está unido al dolor y la memoria, no debe quedar atrapado en la penumbra de la omisión.